CAPÍTULO
I
SUPERSTICIÓN
Y SUPERCHERÍA DEL SUFRAGIO
A la gran superstición política del derecho divino de los reyes,
dice Spencer, ha sucedido la gran superstición política del derecho divino de
los parlamentos. “El óleo santo ‑añade‑ parece haber pasado inadvertidamente de
la cabeza de uno a las cabezas de muchos, consagrándolos a ellos y a sus
derechos”.
Examinemos esta gran superstición que ha inspirado al primero de
los filósofos positivistas tan elocuentes palabras.
El origen de los parlamentos, ya se trate de países monárquicos,
ya de republicanos, es la voluntad de la mayoría, por lo menos teóricamente. Al
propio tiempo, la supremacía del mayor número descansa en su derecho
indiscutible a gobernar directa o indirectamente a todos. Se dice, y apenas es
permitido ponerlo en duda, que la mayoría ve más claro en todas las cuestiones
que la minoría, y que, siendo muchas cosas comunes a todos los hombres, es
lógico y necesario que los más sean los que decidan cómo y en qué forma se han
de cumplir los fines generales.
De aquí resulta una serie de consecuencias rigurosamente
exactas.