Un
agente estalinista, cerebro del asesinato de Nin
Alexander
Orlov [agente de la NKVD, policía política y de seguridad soviética,
antecedente del KGB, durante la Guerra Civil española] fue todo menos trigo
limpio, y sus memorias y escritos han de leerse con muchísima cautela. Debió de
ser un embustero compulsivo, atento a forjarse para la historia una imagen que
no cuadra en absoluto con la realidad. Lo hizo con la salida del oro [del Banco
de España hacia Moscú]. No dijo una palabra sobre [la matanza de] Paracuellos.
En el asesinato de [Andreu] Nin [Pérez. El Vendrell, 1982-Alcalá de Henares,
1937] rayó en la más auténtica desvergüenza. No dudó en inventarse
"cuentos chinos" y ennegrecer el recuerdo de otros. Sin embargo,
cuando escribió sus memorias, publicadas por voluntad suya una vez que hubiesen
transcurrido 25 años de su fallecimiento, no pudo pensar que algunos de sus
secretos, cuidadosamente guardados en los archivos del KGB, terminarían
saliendo a la luz, ni que en los archivos españoles pudieran encontrarse
documentos que los complementaran.
Fue
Orlov quien entrevió la posibilidad inmediata de atribuir la culpa a Nin por
los "hechos de mayo", ligándolo a la caída de la más importante red
de espionaje franquista
Por
mor de su presunta afiliación con el "traidor" Trotski y por el mero
hecho de existir, el POUM atentaba, según la teoría estalinista, contra la
seguridad de la URSS
El
preso negó de forma enérgica las acusaciones. Desde el primer momento, Nin
señaló que "esto es una maquinación urdida por enemigos políticos, que
pudiera ser el PC"
Orlov
se había enterado de que en los archivos rusos existían pruebas de que Stalin
había trabajado para la policía secreta del zar. Conocer esto era correr
peligro de muerte
Orlov
tiende una trampa
Fue
Orlov quien entrevió la posibilidad inmediata de atribuir la culpa esencial a
Nin por los "hechos de mayo" [de 1937, en Barcelona, en los que se
enfrentaron los comunistas contra anarquistas y trotskistas] ligándolo al
descubrimiento y desarticulación de la más importante red de espionaje
franquista, que tuvo lugar en abril de 1937, a tenor de lo afirmado en el
informe policial español del mes de octubre. (...)
Correspondió
a Orlov diseñar las vías operativas para asestar un golpe al Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM). Por mor de su presunta afiliación con el
"traidor" Trotski y por el mero hecho de existir, el POUM atentaba,
en la teoría estalinista, contra los intereses de seguridad de la Unión
Soviética. Lo hacía en un teatro de operaciones "caliente" como era
el español. La proclamada relación Franco-Nin se superponía, en la escena local
republicana, a lo que los rectores de la política soviética divisaban a escala
universal. Y, naturalmente, coincidió con la preparación de la fase última del
proceso contra los militares "fascistas" o "trotskistas".
Orlov
ideó una operación que, salvo algún que otro detalle, fue técnicamente
brillante (entienda esto el lector en los términos estrictos en que se afirma:
el calificativo puede aplicarse a una actuación execrable o positiva y no es
óbice para que su contenido pudiera ser criminal), aunque su explotación
política ulterior resultara bastante burda. Conviene destacar esta
contraposición, que la historiografía no suele abordar. Orlov no era un
imbécil. Debía saber que en la URSS, Molotov había solicitado públicamente la
adopción de medidas contra los "saboteadores" que procuraban destruir
la economía, el ejército y las instituciones. De creer sus poco fiables
memorias, en febrero de 1937 se había enterado en París por un primo suyo de
que en los archivos rusos se habían encontrado pruebas documentales de que
Stalin había trabajado para la policía secreta del zar. Conocer esto era correr
peligro de muerte. Desde entonces, afirma, esperaba que de un momento a otro se
produjera un golpe de Estado protagonizado por los generales a quienes se había
informado de tamaño delito de leso comunismo. Es difícil que Orlov no tuviera
orientadas hacia Moscú sus sensibles antenas. También es imposible que pudiera
ignorar que el mariscal Tujachevsky fue detenido súbitamente el 22 de mayo. En
las redes de la NKVD cayeron los más importantes jefes militares, tras el
"descubrimiento" de una "conspiración"
contrarrevolucionaria.
En
este clima es imposible que en Moscú no se aceptara la sugerencia de Orlov.
Sabía perfectamente cómo avanzaba la investigación sobre la red de espionaje
madrileña. Las diligencias las llevaba exclusivamente la Brigada Especial y
eran conocidas del entonces subsecretario de Gobernación, Wenceslao Carrillo,
del general Miaja y del teniente coronel Rojo, por lo que afectaban a la
comunicación al enemigo de secretos militares relacionados con la defensa de
Madrid. En cuanto [al teniente coronel Antonio] Ortega asumió la Dirección
General de Seguridad (DGS), le informaron inmediatamente de la operación en
curso, a tenor de un documento del 1 de junio. No tiene desperdicio. En él
figuraron ya todas las piezas que servirían para montar la acción contra Nin.
El
informe policial del 28 de octubre, que contiene tal documento, indica que, en
las investigaciones, "la colaboración de los técnicos extranjeros
referidos era intensísima, examinándose por los mismos con toda libertad las
declaraciones y pruebas, tanto en el domicilio oficial de la Embajada de su
país en Madrid, como en el local que ocupaba en aquella época la Brigada
Especial, en Castellana, 19, colaboración que se estimaba inapreciable, ya que
aparte de orientaciones valiosísimas, ponían a disposición de la policía
aparatos fotográficos, ópticos, para la reproducción y examen de documentos, de
cuyos elementos podían valerse directamente los funcionarios que llevaban el
servicio, sin recurrir a otras dependencias, de la discreción de cuyos
funcionarios no podía responderse de modo absoluto, como ya existían algunos
precedentes".
La
cúpula republicana (Negrín, Zugazagoitia, Irujo, Ortega) y algunos de sus
predecesores (¿Largo Caballero?, ¿Galarza?, ¿Prieto?) tuvieron que saber de la
ayuda prestada por la NKVD. Los técnicos soviéticos facilitaron el
descubrimiento de los entresijos de la red de espionaje. Pero, al hacerlo,
introdujeron también las alteraciones que convenían a Orlov. Un confidente de
la policía, Alberto Castilla Olavarría, participó en la falsificación de los
documentos que "demostraban" la existencia de contactos sediciosos
entre la organización de espionaje franco-falangista y el POUM, en particular
de uno de sus dirigentes. Otro de los hombres clave de Orlov, Juzik, es decir,
Grigulevich, contribuyó también de forma inapreciable y escribió de su propia
mano el documento "incriminatorio" fundamental.
Mientras
se fabricaban las "pruebas", los jefes militares soviéticos acusados,
juzgados en secreto, fueron ejecutados al día siguiente de darse a conocer el
veredicto de culpabilidad. Sólo uno se escapó, suicidándose. Las detenciones de
otros jefes y oficiales se multiplicaron rápidamente. Si esto pasaba con lo más
granado del Ejército Rojo, nadie en su sano juicio se preocuparía de cómo Orlov
llevaba a cabo sus planes en la lejana España. El informe republicano del 28 de
octubre, que refleja posteriormente su plasmación, se lee como una novela
policiaca. Tras algunos esfuerzos se consiguió revelar un mensaje escrito con
tinta simpática dirigido al "generalísimo". Tenía una parte cifrada.
Como no había en Madrid técnicos que pudieran descifrarlo, se llevó en gran
secreto a Valencia. Acompañaban a los policías "dos de los técnicos
extranjeros". Informaron a Ortega, recién nombrado, quien ordenó que un
experto de la Subsecretaría de Defensa tratase de descifrar dicha parte en su
propio despacho. Los soviéticos aconsejaron una visita al gabinete de técnicos
en claves del EM, donde "actuaban varios funcionarios de la misma
nacionalidad". Uno de ellos resolvió el problema. El informe continúa:
"Ya en posesión del escrito íntegramente descifrado, acudieron el
comisario y funcionarios repetidos a la Embajada del país a que pertenecían sus
colaboradores, al objeto de redactar un informe, según había ordenado el
director general, pues en la referida Embajada les habían sido ofrecidos
incondicionalmente los elementos precisos para ello, ofrecimiento aceptado,
entre otras razones de orden afectivo, por reunir aquel lugar las condiciones
de discreción y reserva indispensables en asunto de tal envergadura".
Una
de las preguntas, para la que no tenemos respuesta, es si antes de que se
nombrara a Ortega, la DGS hubiese actuado de tal suerte. En cualquier caso, fue
en la Embajada, o dependencia de la NKVD, que tanto da, donde otro técnico
aconsejó un nuevo examen. Aceptada su sugerencia, apareció un pequeño error. En
los esfuerzos previos no se había logrado descifrar el contacto de los espías
franquistas. Resultó, el lector no se sorprenderá, que obedecía a un nombre que
empezaba por 'N' (una comodidad, cortesía de Orlov, porque cabría pensar que en
el mundo real, y no de la ficción que creaba la NKVD, se hubiera utilizado
algún seudónimo). En consecuencia, se redactó el informe del 1 de junio
dirigido al director general de Seguridad y al ministro de la Gobernación. Fue
en este momento, cabe sospechar, cuando Zugazagoitia debió tener noticia de la
extensión de la conspiración y, con independencia de lo que pensara, de la
participación en su descubrimiento de los "servicios especiales"
soviéticos.
La
reacción inmediata provino del director general de Seguridad. Ortega ordenó que
se trasladaran de Madrid, adonde ya habían regresado, los funcionarios que
llevaban el caso. En Valencia recibirían instrucciones. Se les dio una carta
para el teniente coronel Burillo, jefe superior de Policía de Barcelona, y
también comunista. Decía así:
"Querido
camarada: tengo el honor de presentarle a los funcionarios de la plantilla de
Madrid comisario Fernando Valentí y agente de tercera Jacinto Rosell, quienes
llevan a ésa una misión delicadísima en la que le ruego les dé toda clase de
facilidades. En el caso de que precisaran utilizar gran contingente de fuerzas,
antes de denegárselas consultará usted conmigo. Un abrazo de su amigo y
camarada".
Terminada
la misión, debían informar a Ortega de todas las actuaciones que hubieran
llevado a cabo. Burillo ya había iniciado la redada. Nin fue detenido el 16 de
junio sin ninguna dificultad, en parte porque había despreciado todas las
advertencias que la CNT y algún uniformado le habían hecho llegar. De ser
cierto, sería tal vez un indicio de que la operación no se blindó totalmente.
Pero fue rápida. Dado que Orlov había presentado la idea a sus superiores en
Moscú el 23 de mayo, antes de la llegada de Ortega a la DGS, y que su
traducción a la práctica conllevaba dificultades considerables de manipulación
y de encubrimiento, no puede decirse que el nexo NKVD-Brigada Especial no
funcionase con fluidez. En menos de un mes, la operación se llevó totalmente a
cabo.
Interrogatorio
y muerte
Nin
fue interrogado el 18 de junio de madrugada; dos veces, el 19, y una última vez,
el 21 de junio. Según el informe policial del 28 de septiembre, fue Rosell el
responsable. No hay mención de la presencia de "técnicos
extranjeros", pero sería altamente inverosímil que no hubiesen asistido.
La Brigada Especial, se recordó por escrito, quería imprimir la máxima
celeridad para acortar en lo posible el tiempo que Nin permaneciera fuera de la
prevención oficial.
Ahora
bien, el preso negó de forma enérgica las acusaciones. Desde el primer momento,
Nin señaló que "esto es una maquinación urdida por enemigos políticos, que
muy bien pudiera ser el PC". Sobre la participación del POUM en los
"hechos de Barcelona", afirmó que "como consideraban justa la
reacción de la clase trabajadora, se solidarizaron con ella con el fin de darle
objetivos concretos y limitados". Hasta el final, Nin repitió que
"nada tiene que ver con el asunto de espionaje que se le imputa".
(...)
[El
historiador Vasili] Nikandrov afirma que la decisión de asesinar a Nin se tomó
después de los interrogatorios, ya que, en un principio, Orlov no la había
previsto. La República, claro está, no era la Unión Soviética. Es posible que
Orlov pensara que si Nin seguía con vida, tras negarse a firmar su
culpabilidad, la actividad de la NKVD se vería comprometida. Su liquidación
física permitía presentar su desaparición como una huida ayudada por sus
"compinches fascistas". Otra alternativa es que quizá Nin quedó tan
maltrecho, que su asesinato era la única salida. Existen discusiones sobre la
fecha en que tuvo lugar. Según algunos autores, fue hacia mediados de julio. De
los documentos conservados en la Causa General y en AFPI se deduce, sin
embargo, que el asesinato se produjo mucho antes.Dos de los vigilantes del
chalet (Juan Bautista Carmona Delgado y Santiago González Fernández) declararon
que el intento de "liberación" ocurrió en la noche del 22 de junio.
Las afirmaciones fueron concordantes. Entre las nueve y media y las diez de la
noche, dijo González, se presentó en medio de una tormenta un grupo de unos
diez individuos armados de fusiles y otros dos con uniformes de capitán y
teniente, carentes de emblemas. El segundo era rubio y con marcado aspecto
extranjero. Presentaron documentos firmados por Miaja y el comisario general en
los que se ordenaba la entrega del detenido. Los "asaltantes"
dominaron al guardián rápidamente, tras un forcejeo, y le encerraron en una
habitación, a la que también llevaron a Carmona. Ambos oyeron cómo el
"capitán" se dirigía a Nin llamándole "camarada", y se lo
llevaban en un coche que partió velozmente. Pudieron cortar sus ligaduras y
avisaron a la Brigada. Varios agentes de la misma acudieron con toda.
Registraron el chalet y, ¡bondad de las bondades!, encontraron fuera de él una
cartera que probablemente se le había caído a uno de los agresores. Contenía,
¡suerte de las suertes!, documentación a nombre de un alemán y escrita en este
idioma, insignias fascistas, billetes de banco franquistas y fotografías de
personas con uniformes extranjeros. Más o menos lo que Orlov dijo a Negrín.
No
es, pues, necesario ser demasiado imaginativo para pensar que al político
catalán le asesinaron con toda probabilidad la noche del 22 de junio. Fijar la
fecha es muy importante. Ese mismo día, la prensa dio a conocer que entre los
detenidos en conexión con la red de espionaje figuraban personalidades del
POUM, entre ellas, Nin. El 24 de junio se anunció que la policía había dado por
terminados sus trabajos acerca de los implicados en el POUM por tal delito.
EL
NUEVO JEFE DEL GOBIERNO, Juan Negrín, se encontraba en un almuerzo de despedida
al general Smushkevich cuando sigilosamente se le acercó un funcionario. Le
dijo que, durante su traslado a Madrid, Nin se había esfumado. Ignoraba que
éste hubiera sido detenido en Barcelona y que se le hubiese reclamado por orden
judicial...
En
esta tesitura, un día llamaron a Negrín de parte de un consejero de la Embajada
soviética que rogaba ser recibido a causa de un asunto importante y urgente.
Acudió un tal señor Orlof (sic). Cuando entró fue grande su sorpresa, pues se
trataba de una persona a quien el antiguo embajador Rosenberg le había
presentado ocho meses antes con motivo del traslado del oro. Orlov expuso que
la Embajada conocía su interés por Nin, y que, en atención a ello, no habían
escatimado esfuerzos para aclarar lo sucedido. Hizo una exposición minuciosa.
Negrín le escuchó imperturbable, no le interrumpió y no le hizo la menor
pregunta. Cuando al final reaccionó dijo que no era a él, sino a las
autoridades competentes a quienes correspondía pronunciarse, y que, de vez en
cuando, leía novelas policiacas, las suficientes como para intuir que las
pruebas eran demasiado contundentes para ser verosímiles. Orlov exclamó:
"¡Está usted ofendiendo a la URSS!". Con gran frialdad, Negrín le
replicó: "Olvida usted que habla con el jefe del Gobierno de la República
Española". Se dirigió a la puerta y con un gesto le invitó a retirarse.
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›Ángel
Viñas
Es
catedrático de Economía y ha investigado en profundidad la cuestión del tan
controvertido 'oro de Moscú'. Es autor también, entre otras obras, de 'La
soledad de la República', 'En las garras del águila. Los pactos con EE UU' y
'Al servicio de Europa'.
›El
escudo de la República. Crítica
Éste
es el segundo volumen de una trilogía que Viñas dedica a la República Española
en guerra. En el texto que se publica, el autor repasa y dilucida el asesinato
del dirigente trotskista Andreu Nin en 1937, que causó una gran conmoción en el
mundo.
* Este artículo apareció
en la edición impresa del Domingo, 22 de abril de 2007
Fuente:
https://elpais.com/diario/2007/04/22/domingo/1177213961_850215.html
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