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domingo, 17 de agosto de 2025

EL FUTBOLISTA QUE SACÓ LOS COLORES A FRANCO, HITLER Y MUSSOLINI



El futbolista que sacó los colores a Franco, Hitler y Mussolini

El tres se antojaba un número mágico para Isidro Lángara. Fue estrella de la Liga española los tres años que la disputó. Se convirtió en el primer jugador en marcar tres hat tricks—tres goles en un partido— en tres jornadas consecutivas. Se las arregló para ser el primer delantero del mundo en convertirse en máximo goleador de tres Ligas diferentes —la española, la mexicana y la argentina— y, finalmente, tres fueron los dictadores que hubiesen deseado verle muerto.

Franco, por haber formado parte de la selección vasca que durante la Guerra Civil hizo una gira mundial para concienciar al planeta de que resultaba necesario defender los valores de la democracia y la Segunda República. Mussolini, al temblar cuando en sus intentos por amañar el Mundial de Italia en 1934 —el primero que jugó España y que finalmente ganó el país anfitrión— veía cómo este depredador que remataba de cabeza como si chutara con la pierna podía amargarle un triunfo local cuando marcó los dos goles que le dieron a la selección la victoria ante Brasil (3-1) y la eliminación de esta. Y también Hitler, cuando en un amistoso disputado entre Alemania y España en Colonia, Lángara les endilgó un par de colines que arruinaron la fiesta a los nazis, con el ceño fruncido incluidos los de algunos representantes del Gobierno presentes en el campo.

Tanto, que existen imágenes de ese partido —con 80.000 aficionados en el estadio y cientos de esvásticas vistiendo el ambiente—, pero no de los tantos del vasco, nacido en Pasaia en 1912 y muerto en Andoain en 1992. ¿Las mandó borrar el Führer? Probable.

A estas alturas, ya pocos desafectos a la fe dudan de que el fútbol sea poco más que un juego. Así lo entienden en los palcos del siglo XXI, donde los dirigentes de cualquier país se dan de codazos por hacerse una foto victoriosa alzando algún trofeo con sus respectivos equipos entre sus asientos. Y así lo entendieron ya pronto los sátrapas totalitarios, cuando un deporte aún balbuciente en las dimensiones de su furibunda y gloriosa espectacularidad futura, resultaba crucial a la hora de forjar identidades triunfalistas.