Estremecedor reportaje publicado por el diario El País en 2009, que bien merece la pena rescatar hoy. "Y entonces llamó Manuel Fraga [ministro de Información] para callar a aquella familia rota amenazándoles con detener a su otra hija, Margot, también metida en política...". ASESINO.
Natalia Junquera
El chico de la imagen en blanco y negro murió cinco días después de haberse
hecho esa fotografía, que le pedían para el servicio militar obligatorio. Tenía
21 años, se llamaba Enrique Ruano y falleció al caer desde un séptimo piso,
mientras estaba custodiado por tres policías de la Brigada Político Social de
Franco, el 20 de enero de 1969, en Madrid. El régimen mantuvo entonces que
aquel estudiante de Derecho, miembro del Frente de Liberación Popular -que había
escogido como herramienta "para cambiar el mundo"-, se había
suicidado. Que, en un descuido, había conseguido zafarse de los tres agentes
armados que previamente le habían torturado; que había recorrido el diminuto
piso de la calle del General Mola, hoy Príncipe de Vergara, en el que buscaban
pruebas incriminatorias, sin que ninguno lograra contenerle; y que se había
arrojado por la ventana. Cuarenta años después, las dos mujeres que, delante de
la puerta de la Justicia, frente al Tribunal Supremo, parecen sostenerse la una
sobre la otra, como vienen haciendo desde aquel 20 de enero, mantienen que fue
un asesinato. Son Margot Ruano y Lola Ruiz, la hermana y la novia del
estudiante defenestrado.
No sólo ellas. Pasado mañana, en el homenaje por el 40 aniversario de la
muerte de Ruano, volverán a repetirlo su profesor de entonces, Gregorio
Peces-Barba; su amigo y compañero de clase, el abogado José María Mohedano; el
letrado que intentó hacerle justicia 21 años después de la muerte del dictador,
José Manuel Gómez Benítez, actual miembro del Consejo General del Poder
Judicial, o su psiquiatra, hoy catedrático de la Real Academia, Carlos Castilla
del Pino, entre otros. Con el dolor que producen los aniversarios de las
injusticias, pero con el firme propósito de que los jóvenes conozcan a aquel
chico que murió luchando por los derechos cívicos más elementales, lo que hoy
se da por sentado.
"Nos detuvieron juntos tres días antes de que lo mataran. Nos interrogaron
en la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Se sabían mi vida
de arriba abajo", relata Lola. "Me pasearon por todo Madrid para que
les dijera de dónde eran las llaves que llevaba en el bolsillo. Las tenía yo,
no Enrique. Iban a llevarme a mí...". Lola intentó resistir. Aguantó la
tortura el tiempo suficiente para que los compañeros que habían escondido en
aquel 7º piso de General Mola pudieran huir. Finalmente, vio cómo se llevaban a
Enrique para registrar la vivienda. Le habían estado interrogando en la sala
contigua, sin dejarle dormir durante tres días. "Mi madre llegó justo
cuando se lo llevaban al registro. Se abrazó a él. Se preocupó porque iba sin
cazadora: 'Vas a coger frío", recuerda Margot. Era casi la una de la
tarde. A las tres, Enrique estaba muerto.
"Llamaron a casa a las seis. 'Su hijo se ha suicidado. Se ha tirado
desde un 7º piso', le dijeron a mi padre. Nunca nos dejaron ver el
cadáver", recuerda Margot. "Hasta que murió Franco, la censura
tampoco nos permitió publicar una esquela". Mohedano se emociona aún al
recordar aquella noche. "Acababa de salir de la cárcel y fui corriendo a
casa de Enrique. La desesperación y la impotencia que había allí eran
demoledoras. Sus padres no entendían nada. Y entonces llamó Manuel Fraga
[ministro de Información] para callar a aquella familia rota amenazándoles con
detener a su otra hija, Margot, también metida en política...".
Lo peor para los padres de Ruano no ocurrió aquel 20 de enero, sino al día
siguiente, cuando el diario Abc publicaba en primera página un
supuesto diario de Enrique del que se desprendían intenciones suicidas. En
realidad, eran trozos manipulados de una carta que le escribía a su psiquiatra,
Carlos Castilla del Pino, quien en 1996, cuando se reabrió judicialmente el
caso, declaró tajante: "La versión del suicidio es absolutamente
inverosímil. El suicidio se hace a solas, se prepara, pero no en una fuga ante
otras personas". Publicar aquella carta como diario, suprimiendo la
primera hoja, encabezada por un inequívoco "querido doctor", fue una
"villanía macabra", añadió.
"En aquella época era frecuente ir al psiquiatra. Pertenecíamos a una
clase acomodada y nos habíamos puesto del lado de los vencidos. Eso te generaba
muchas contradicciones. Nuestros padres no lo entendían, la gente que les
rodeaba, tampoco", recuerda Lola. "Quisieron presentar a Enrique como
un pobre chico manipulado por la fuerza del mal, los comunistas", añade
con un hilo de voz, secuela de la matanza perpetrada por ultraderechistas
contra los abogados de la calle Atocha en 1977. Lola resultó gravemente herida.
Su marido, Javier Sauquillo murió.
En 1996, Gómez Benítez logró sentar en el banquillo por asesinato a los
policías que llevaron a Ruano al piso de General Mola: Francisco Colino, Celso
Galván y Jesús Simón. Fueron absueltos por falta de pruebas; entre ellas, una
que había sido serrada del cadáver: su clavícula. El hueso habría sido, según
los jueces, "determinante para el esclarecimiento de los hechos",
porque todos coincidieron en que Ruano, cuyo cuerpo había sido exhumado para
una nueva autopsia, tuvo una lesión no compatible con su caída, provocada por
"un objeto cilíndrico cónico", como una bala. Pero alguien había
hecho desaparecer el hueso. "Logramos probar que la versión del suicidio no
era cierta aunque fuera imposible condenar a los policías porque, en su día, ni
siquiera se habían hecho pruebas de balística sobre sus armas", asegura
Gómez Benítez. Durante el juicio, Beatriz, la hermana más pequeña de Ruano,
recibió una carta estremecedora de un hombre detenido por la Brigada Político
Social también aquel 20 de enero: "Me llevaron a la escalera y me colgaron
al vacío por el hueco de la misma, cogido por los pies. Antes, durante y
después, los esbirros me decían que iban a hacer conmigo lo mismo que habían
hecho con Ruano (...). En aquel momento, yo ignoraba todavía lo sucedido, pero
enseguida comprendí".
Margot y Beatriz no lograron una
condena, aunque sí una indemnización. El martes homenajearán a su hermano en un
acto en el paraninfo de la Complutense, su universidad. El rector, Carlos
Berzosa, empezará a hacer números para tratar de levantar una estatua en su
honor y publicar un libro sobre Enrique "porque los jóvenes deben conocer
la historia de la dictadura para seguir alimentando la democracia". Y
Peces-Barba recordará lo que pensó cuando supo que aquel joven idealista,
alumno suyo, había muerto: "Le asesinaron. Aquel régimen enloquecido por
la crítica mataba moscas a cañonazos". -
Fuente: http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/4136-memoria-histórica-no-se-tiró-lo-mataron.html
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