84 AÑOS DE LA MUERTE DE BUENAVENTURA DURRUTI
El 14 de julio de 1896 nacía en León Buenaventura Durruti, segundo
de los ocho hijos de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez. De los ocho
hermanos —Santiago, Buenaventura, Vicente, Plateo, Benedicto, Pedro, Manuel y
Rosa— sólo tres sobrevivieron al finalizar la guerra. En 1932, durante una
huelga, moría en León uno de los hermanos de Durruti, junto a un anarquista
llamado José María Pérez. Otro murió durante los sucesos de Asturias de 1934.
En 1936, comenzada la guerra, Manuel Durruti se afiliaba a Falange Española, en
León, y poco después moría fusilado por los mismos falangistas al haberse
negado a probar su lealtad hacia la organización. Pedro, antiguo afiliado a
Falange, fue fusilado en zona republicana.
BUENAVENTURA Durruti asistió, durante su infancia, a la escuela
leonesa de Ricardo Fanjul. Parece ser que no pasó, como estudiante, de la
mediocridad. Poco más tarde, y a pesar de cierta oposición por parte de su
familia, abandonaba la escuela y aprendía el oficio de mecánico. Su maestro en
esta tarea fue Melchor Martínez, que tenía en León una gran reputación como
revolucionario. (Llamaba la atención por leer «El Socialista» en público). De
hecho, fue el primer mentor ideológico que Durruti tuvo. «Voy a hacer de tu
hijo un buen mecánico, pero también un buen socialista», decía Melchor Martínez
al padre de Durruti.
En 1912 Durruti, influenciado por su padre de ideas socialistas y
por M. Martínez, se afiliaba a la «Unión de Metalúrgicos»; sin embargo, pronto
comprendió que el socialismo moderado de la UGT. Unión General de Trabajadores
no era lo que más le atraía. Una vez abandonado el trabajo en el taller de
Melchor Martínez, Durruti trabajó como montador de lavaderos de carbón. Iba a
ser Mata-llana, a 30 Km. de León, el escenario de la primera dificultad que
Durruti tendría con las autoridades. Se encontraba allí con motivo de la
instalación de uno de estos lavaderos y no tardó en verse involucrado en un
conflicto provocado por los mineros, que exigían la destitución de uno de los
ingenieros cuya actitud era claramente contraria a sus intereses. Los mineros,
con el apoyo de Durruti y los demás mecánicos, consiguieron que el ingeniero
fuera despedido; sin embargo, al llegar Durruti a León se encontró con la noticia,
nada agradable, de que la Guardia Civil se había interesado por él.
Poco después, 1914, su padre le consigue un nuevo trabajo en la
Compañía de Ferrocarriles del Norte, como mecánico ajustador, empresa en la que
el padre de Durruti trabajó hasta caer enfermo. Allí se encontraba Durruti
cuando, en 1917, estalló la gran huelga revolucionaria, promovida por la UGT y
secundada por la CNT Confederación Nacional del Trabajo—. Buenaventura desplegó
durante la huelga una gran actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y
al levantamiento del tendido de las vías, lo que significó su expulsión de la
UGT y, obviamente, el despido de la compañía. Con su amigo «El Toto» se dirigió
en primer lugar hacia Gijón, donde contactó con la CNT, y, posteriormente huyó a
Francia, ya que además de ser buscado por saboteador, también lo era por
desertor.
El 1 de enero de 1919 Durruti cruzó la frontera, clandestinamente,
y se dirigió a Asturias, donde debería realizar una misión encomendada por
la CNT. Una vez cumplida la misión, parece ser que estuvo en La Robla, a 25 Km.
de León, implicado en un grave conflicto laboral, dirigiéndose poco después a
Valladolid, donde permaneció unos tres meses. Más tarde, y cuando se encaminaba
hacia Galicia, con el fin de participar en diversas acciones, fue detenido por
la Guardia Civil y enviado a La Coruña. Allí le identificaron como desertor y
le trasladaron a San Sebastián, siendo sometido a Consejo de Guerra y
encarcelado. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo en la cárcel, ya que, con
la ayuda de varios compañeros, logró evadirse y huyó a Francia (julio de 1919)
después de haber pasado algún tiempo escondido en los montes.
En 1920 regresó a España, por San Sebastián, y se dirigió a
Barcelona. Antes de emprender la marcha hacia la ciudad catalana, rechazó un
trabajo en una fábrica de Rentería, que Manuel Buenacasa y otros compañeros le
habían buscado, así como un puesto en el Comité de Metalúrgicos de la CNT en el
país vasco: «En mi opinión los cargos importan poco decía Durruti. Lo importante
para mí es la base, a fin de poder obligar a los de arriba, desde ella, a que
respeten sus compromisos, impidiéndoles así, en la medida de lo posible, que se
burocraticen». A su paso por Euskadi, Durruti conoció a otros anarquistas
significados: Suberviola, Del Campo, Albaldetrechu y Ruiz, con los que creó el
grupo llamado «Los Justicieros», cuyo terreno de acción era, simultáneamente,
Aragón y Guipúzcoa. Durruti y el resto de «Los Justicieros» decidieron
actuar rápidamente, y su primer objetivo era Alfonso XIII. El monarca español
debía de asistir a la inauguración del Gran Kursaal de San Sebastián. La
pretensión de los anarquistas era acabar con la vida del rey valiéndose de
explosivos, pero sus intenciones se vieron frustradas ante el masivo despliegue
policial que se llevó a cabo en el País Vasco para lograr la captura de
Durruti, Suberviola y Del Campo, que habían sido denunciados.
En febrero de 1921, Durruti se encontraba en Andalucía en
cumplimiento de una nueva misión, cuyo fin era ampliar las bases del
anarquismo en esta región. El 9 de marzo, en compañía de Juliana López que era
el otro emisario en tierras andaluzas, regresó a Madrid y fue apresado por la
Policía. Ese día todo individuó sospechoso era detenido en la capital. El día
anterior, Eduardo Dato había sido muerto a balazos por tres desconocidos. No
obstante, Durruti, haciendo uso de una falsa personalidad, logró engañar a la
Policía y salió libre, continuando su viaje de vuelta a Barcelona.
El grupo de «Los Justicieros», que más tarde cambió su nombre por
el de «Crisol», siguió en su línea de utilización de la violencia como
respuesta a la violencia desatada por la patronal. A finales de 1922, se
constituía el grupo «Los Solidarios», cuyo fin primordial era la lucha contra
las bandas armadas que subvencionaban los empresarios. Los choques entre estos
grupos llegaron a adquirir un carácter de verdadera guerra civil. «Los
Solidarios» contaban con varios colaboradores y gente de confianza cuya ayuda
era solicitada según la naturaleza del asunto que les ocupara. Los principales
componentes del grupo eran: Buenaventura
Durruti, Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Eusebio Brau, Aurelio Fernández,
Miguel García Vivancos, Alfonso Miguel, Ricardo Sanz, Gregorio Suberviola,
Rafael Torres Escartín, Juliana López, Ramona Berni y Antonio «El Toto».
Uno de los primeros condenados a muerte, por el grupo, fue el
cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla y Romero (n. 1843). Sobre la
ejecución de Soldevilla, es muy interesante el fragmento de la novela de Pío
Baroja «El Cabo de las Tormentas».
«El cardenal-arzobispo de Zaragoza era un reaccionario de
influencia. La ejercía no sólo en su sede sino en Barcelona y recomendaba a las
autoridades de allí medidas fuertes y duras contra los obreros y los agitadores.
Los anarquistas sabían que el arzobispo conferenciaba en Reus con los jefes de
la Patronal de Barcelona y daba consejos para atacar a la organización
sindicalista obrera. La banda marchó a Zaragoza; se entendieron los directores
con una vieja anarquista catalana que vivía allí hacía algún tiempo, la
ciudadana Teresa, y entre todos prepararon una emboscada y mataron al arzobispo
una tarde que iba a una posesión suya llamada «El Terminillo». El arzobispo fue
muerto en el auto cuando entraba en su finca, donde había establecido una
escuela dirigida por monjas. Los anarquistas le hicieron veinte disparos. El
arzobispo cayó muerto y quedaron heridos sus familiares y el chofer.» (1).
El 1 de septiembre se llevaba a cabo una nueva y
espectacular acción de «Los Solidarios»: el Banco de España de Gijón era
objeto de un atraco a mano armada, llevándose los asaltantes un botín de unas
675.000 pesetas. La ejecución del asalto no fue fácil. Durruti, después de
mantener un violento tiroteo con la Guardia Civil, logró huir subiendo al
tejado de una casa y abandonando la ciudad al amparo de la noche. «La
banda de Durruti» comenzaba a ocupar los titulares de la Prensa burguesa. Días
más tarde el mismo Durruti, ayudado por varios compañeros, conseguía liberar
a Francisco Ascaso, que se encontraba en prisión.
Amigos, Durruti y Ascaso, deciden emprender la marcha hacia
Francia. Una vez en París, toman contacto con otros anarquistas allí
establecidos, y juntos dan origen a la «Editorial Anarquista Internacional». La
creación de esta editorial tenía como fin propagar por todo el mundo las obras
ideológicas y de lucha del movimiento libertario. En París tuvieron
conocimiento de la muerte de varios de sus compañeros — Del Campo abatido a
balazos por la Policía en Barcelona y de la detención de otros Suberviola
y Aurelio Fernández.
A finales del año 1924, Durruti y Ascaso embarcaban con rumbo a
Latinoamérica. Fue Cuba el punto inicial de su periplo por estas tierras y allí
encontraron trabajo como cortadores de caña. Pronto comenzaron su labor en
favor de los trabajadores de aquel país, y el punto álgido de sus acciones fue
la ejecución de un empresario que mantenía a sus obreros en un lastimoso estado
de esclavitud medieval. La activa búsqueda de los dos anarquistas por la Policía
les convenció de la necesidad de abandonar la isla, y se dirigieron a México.
Allí se encontraron con Jover y Vivancos, y juntos continuaron su peregrinar
por Uruguay, Chile, Perú y Argentina bajo la denominación de «Los Errantes».
Waldo Bayer, autor de un libro sobre el anarquista Severino
Giovani fusilado en Argentina el 1 de febrero de 1932, narra alguna de
las actividades de Durruti y sus compañeros a su paso por el continente
americano:
«Si bien ya ha habido antecedentes en nuestro país, de esta clase
de anarquismo expropiador, su verdadero auge se debe a la acción emprendida por
los anarquistas españoles Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti; dos figuras
verdaderamente legendarias que, necesitados de seis millones de pesetas
exigidas por un juez español para liberar a ciento veintiséis de sus
compañeros, inician una serie de asaltos a casas bancarias que comienza en
España, con el Banco de Cataluña, sigue en México y luego por los países del
Pacífico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen botín, llegan a
la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martín, cruzan el Río de la Plata,
llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito y luego regresan a
Europa en un increíble periplo de coraje a toda prueba y desenfado. Esa gente
sabía resolver las situaciones más difíciles con absoluta tranquilidad y sangre
fría» (2).
Durruti, Ascaso y Jover, buscados por casi todas las policías de
Sudamérica, decidieron regresar a Europa. Para ello embarcaron en un
trasatlántico que se dirigía a Inglaterra. Sin embargo, al tener que efectuar
el barco una parada de emergencia en Canarias, los tres amigos se creyeron
descubiertos y a punto de ser entregados a las autoridades españolas.
Afortunadamente para ellos, no había motivo de alarma y, unas semanas después,
el barco reemprendió su marcha hasta Inglaterra. Cruzaron el Canal de la Mancha
y, poco antes del primero de mayo, se encontraban en París. Allí, Durruti
trabajó durante algún tiempo en el sector metalúrgico y conoció a otros anarquistas
de gran prestigio: Sebastián Faure, Louis Lecoin, Voline, Pedro Archinof y
Néstor Mackno, su alma gemela.
El 14 de julio de 1924 era el día señalado para que Alfonso XIII,
acompañado del dictador Primo de Rivera, llegara a París, invitado por el
Gobierno francés con motivo de la Fiesta nacional. Enterados de la visita, «Los
Solidarios» dedicaron mes y medio a preparar un plan para acabar con la vida
del monarca español. Para ello se pertrecharon de gran cantidad de munición,
tres fusiles y un automóvil. El atentado se llevaría a cabo en la estación
anterior a París, donde el tren en el que viajaba la comitiva real efectuaría
una breve parada. El vagón que ocupaban el rey y sus acompañantes sería
ametrallado y huirían en el automóvil. Sin embargo, la Policía francesa fue
puesta en antecedentes y el plan de los anarquistas quedó frustrado. El 25 de
junio, en un modesto hotel parisiense de la calle Legéndre, Durruti, Ascaso y
Jover eran detenidos y posteriormente encarcelados. El 2 de julio aparecía la
noticia de su detención en la Prensa. Las demandas de extradición por parte de
diversos Gobiernos, entre ellos, el de España, no se hicieron esperar. El
porvenir de los libertarios españoles se enturbiaba.
Faure y Lecoin promovieron una gran campaña en favor de los
detenidos para que no fuesen entregados a ninguno de los Gobiernos
peticionarios de la extradición. Los anarquistas españoles fueron juzgados
la defensa corrió a cargo de Lecoin y definitivamente indultados en julio
de 1927. No obstante, no se les permitía la residencia en territorio francés.
La misma Policía francesa les introdujo clandestinamente en Bélgica. Poco
después, era la Policía belga quien utilizaba el mismo método con respecto a
Francia. Nuevamente descubiertos en este país, Bélgica les admitió, si bien
para permanecer allí tuvieron que adoptar una personalidad falsa previo acuerdo
con la Policía belga! A propósito de está extraña situación, Ascaso comentaba:
«Es lo más curioso que me ha ocurrido nunca. La legalidad sirviéndose de la
ilegalidad». Durante este período -1927, exactamente era creada, en Valencia,
la FAI —Federación Anarquista Ibérica—, cuyo primer secretario fue el portugués
Germinal da Sousa. Su finalidad era activar el movimiento libertario y acercar
la CNT hacia el ideal puramente anarquista, en oposición al colaboracionismo y
moderación que pregonaban algunos de sus miembros, Pestaña, Peiró, Juan López,
etc., lo que posteriormente originó una división entre ambas tendencias. Para
pertenecer a la FAI era condición indispensable ser afiliado a la CNT. No nos
vamos a ocupar aquí de la estructura y funcionamiento de la FAI, pero sí
diremos que con su creación el anarquismo de acción iba a adquirir una nueva
dimensión.
El 14 de abril de 1931 era proclamada la Segunda República Española.
El 15 regresaba a España Buenaventura Durruti. Este hombre, junto con Ascaso,
Oliver, Federica Montseny, Jover y demás partidarios del anarquismo práctico,
iban a ser quienes dominarían la nueva organización anarquista.
El 1. ° de mayo la FAI lanzó su primer aviso serio a la República.
En el Palacio de Bellas Artes de Barcelona se celebró un gran mitin, en el que
se elaboró una lista de reivindicaciones obreras: disolución de la Guardia
Civil, expropiación de las pertenencias a órdenes religiosas, desaparición de
los monopolios, reparto de los cotos de caza... (3). Allí, Durruti se dirigió
al auditorio: «Si
fuéramos republicanos, afirmaríamos que el Gobierno provisional se va a mostrar
incapaz de asegurarnos el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado.
Pero como somos auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino,
es muy posible que el país se encuentre cualquier día de estos al borde de la
guerra civil. La República apenas sí nos interesa; la aceptamos como punto de
partida de un proceso de democratización social...». Una vez
finalizado el mitin, se organizó una gran manifestación en cuya cabeza
marchaban los inevitables Durruti, Ascaso y Oliver. La Guardia Civil, puesta
sobre aviso, hizo frente a la pacífica manifestación. Los resultados del
enfrentamiento fueron: dos muertos y varios heridos por los guardias, y un
muerto y quince heridos por parte de los cenetistas y un pelotón de soldados de
infantería que, mandados por el capitán Miranda, se prestó a defender a los trabajadores
del ataque de que habían sido objeto.
La intranquilidad de la clase obrera se hace palpable en todas
partes. Los conflictos y las huelgas se suceden por todo el país: Sabadell,
Lérida, Gijón, etc. En Madrid, Sevilla y Málaga, los conventos comienzan a
arder. Mientras todo esto sucedía, Emilianne Morin, la compañera de Durruti,
daba a luz a la hija de ambos: Colette. Casi al mismo tiempo, moría en León el
padre de Durruti. Con tal motivo, éste se dirigió a su ciudad natal para
asistir al entierro que fue, a la vez que el adiós definitivo a un hombre
honrado, un gran homenaje a la presencia de un gran revolucionario. Durruti fue
invitado por los sindicatos de la CNT leonesa a un mitin que se celebraría unos
días después. Aceptó la invitación el anarquista leonés y, como consecuencia,
las autoridades intentaron detenerle. Sin embargo, la amenaza de Durruti les
hizo desistir de su propósito: «Detenedme y quizá mañana León y toda y su
provincia se vean envueltas en una gran huelga general».
El día señalado para la celebración del mitin, la plaza de toros
se encontraba repleta de trabajadores. La reunión estaba presidida por
Tejerina, secretario local de la CNT. Allí, Durruti se dirigió a sus paisanos y
les habló durante largo tiempo sobre el momento prerrevolucionario que se
estaba viviendo en España. Efectivamente, Durruti no se equivocaba. El 18 de
enero de 1932 se iba a reducir un gran acontecimiento en la historia del
movimiento libertario. El escenario fue la cuenca minera del Alto Llobregat.
Ese día se proclamaba allí el comunismo libertario. Figols fue el primer pueblo
en lanzarse a la aventura revolucionaria. Tras Figols, Manresa, Berga y varios
pueblos más. Inmediatamente, el Gobierno hizo uso de la Ley de Defensa de la
República. La rápida intervención del Ejército y la posterior represión fueron
las medidas tomadas. Los responsables serían detenidos, pero la represión no
sólo se localizó en esta comarca sino que se extendió por toda España. «Durruti
dijo a los mineros que la democracia burguesa había fracasado; que era
necesario realizar la revolución; que la emancipación total de la clase
trabajadora solamente podía conseguirse mediante la expropiación de la riqueza
que detentaba la burguesía y suprimiendo el Estado. Aconsejó a los mineros de
Figols que se preparasen para la lucha final, y les enseñó la manera de
fabricar bombas con botes de hojalata y dinamita» (4).
En la mañana del día 21, Durruti y los hermanos Ascaso eran
detenidos. Al amanecer del 10 de febrero, un destartalado y viejo trasatlántico
salía del puerto de Barcelona llevando a bordo 125 detenidos como consecuencia
de los sucesos del Alto Llobregat. Su destino era Guinea. Sin embargo, el
Gobernador de Villa-Cisneros se negó a admitir en su jurisdicción a
Buenaventura Durruti, al que consideraba asesino de su padre, Fernando González
Regueral, ex-gobernador de Bilbao, cuya ejecución había tenido lugar varios
años antes en León. Durruti no había tenido nada que ver en la ejecución
material del acto, ya que los autores de este atentado fueron Suberviola y «El
Toto». El hecho, en definitiva, fue que Durruti y algunos compañeros detenidos
fueron trasladados a Fuerteventura (5).
Una vez que Ascaso y Durruti recobraron la libertad —fueron los
últimos en abandonar el destierro junto con Cano Ruiz—, sus esfuerzos se
encaminaron hacia la preparación de la sublevación que tendría lugar en enero
del 33. Durruti, Ascaso y García Oliver eran los encargados de coordinar el
alzamiento en Barcelona. El fracaso de esta sublevación es conocido; sin embargo,
los anarquistas lucharon a fondo en diversos puntos del país. En Andalucía, la
represión llevada a cabo fue de dimensiones trágicas. Suficientemente conocido es el
episodio protagonizado por el mismísimo Azaña: « ¡Ni heridos, ni prisioneros!
¡Tirar al vientre! ».
Poco después, Durruti hacía un análisis sobre el fracaso de la
insurrección: «Es cierto que las condiciones no estaban maduras. Si hubiera
sido así no estarían muchos de nosotros en prisión. Pero también es cierto que
estamos atravesando un período prerrevolucionario y que no podemos permitir a
la burguesía que domine la situación haciéndose fuerte en el poder del Estado.
Es bajo esta perspectiva como debe interpretarse la tentativa revolucionaria
del 8 de enero, puesto que jamás ha pasado por nuestra cabeza la idea de que el
éxito de la Revolución consiste en la toma del poder por una minoría que
después impondrá su dictadura al pueblo. Nuestra conciencia revolucionaria es
opuesta a esta táctica. Nosotros queremos una revolución por y para el pueblo.
Fuera de esta concepción no hay revolución posible. Por todo ello, lo que
nadie podrá discutirnos es que nuestra intentona no haya cumplido con el
objetivo de constituirse en un ataque pensado y dirigido contra el mismo
corazón del sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el
levantamiento de los mineros del Alto Llobregat».
En abril, Durruti y Ascaso eran detenidos, después de haber
asistido a una reunión, cuando se dirigían a sus casas. El jefe de la Policía
de Barcelona, Miguel Badía, y el consejero de Orden Público, el fascista José
Dencás, hicieron declaraciones en el sentido de que, con la detención de Ascaso
y Durruti, «la FAI había quedado completamente desarticulada». Los dos amigos
estuvieron en la cárcel de Barcelona hasta julio, en que fueron trasladados al
penal de Santa María (Cádiz). Ascaso permaneció allí hasta octubre y Durruti
fue liberado unos días antes, después de haber sido juzgado como «vagabundo»,
una de tantas fórmulas jurídicas que los Gobiernos idean como justificación de
sus arbitrarias detenciones. « ¡Aplicarme a mí la ley de vagabundos! ¡A mí, que
me he pasado la vida trabajando! —decía Durruti encolerizado—. Acepto que se me
acuse de disparar contra la fuerza pública, o de tratar de transformar esta
sociedad que desapruebo y execro, pero... ¡acusarme de vagabundo!... ¡No hay
ningún juez que tenga el derecho de juzgar al obrero Durruti como a un
vagabundo! ¡Decídselo así a vuestros superiores!».
En noviembre del 33 las derechas ganan las elecciones, pasando a
gobernar Lerroux y sus radicales que serían posteriormente apoyados por el
reaccionario Gil-Robles y su organización de Derechas Autónomas. Una de las
primeras medidas del nuevo Gobierno fue declarar el Estado de Emergencia por
temor a que los trabajadores se levantaran contra el derechismo gubernamental.
En efecto, el 8 de diciembre, varios puntos de la península se encontraban en
huelga general: Barcelona, Valencia, Granada, Córdoba, Badajoz, Huesca... En
las demás capitales reinaba una gran confusión. Aragón era el principal centro
de la insurrección. En Barbastro, Calanda, Alcampiel, Valderrobles, Alcoriza y
otros pueblos hubo numerosos enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales.
En casi todos ellos se llegó a proclamar el comunismo libertario. Como consecuencia
de la represión llevada a cabo, hubo más de ochenta muertos y las cárceles se
vieron de nuevo repletas. Allí fueron a parar Durruti, Cipriano Mera e Isaac
Puente, componentes del Comité Nacional Revolucionario cuya misión era
coordinar el alzamiento.
La mayoría de los detenidos fueron, sin embargo, liberados muy
pronto merced a la imaginación de Durruti, que arguyó un audaz plan que sus
compañeros no detenidos se encargaron de llevar a la práctica. «La Voz de
Aragón» daba así la noticia: «Ayer tuvo lugar un suceso de una audacia
increíble. Un grupo de siete individuos, armados con pistolas, penetraron en
las dependencias del Tribunal de Urgencia de Zaragoza, donde se instruye la
causa por los recientes acontecimientos revolucionarios: los asaltantes sorprendieron
a los jueces y sus secretarios cuando se encontraban más atareados,
obligándoles a permanecer inmóviles, tras lo cual se apoderaron de la totalidad
del sumario concerniente al movimiento de diciembre último. Después de esto,
los siete hombres desaparecieron a toda prisa» (6).
Los nuevos interrogatorios sólo pudieron probar la «culpabilidad»
de los responsables más significados, entre ellos los tres componentes del
Comité Revolucionario. Durruti, Mera y Puente fueron conducidos al penal de
Burgos, donde permanecieron hasta recobrar la libertad en el mes de mayo.
Por lo que a la política del gobierno se refiere, parece que la
crisis estaba cerca. Los reaccionarios se estaban aproximando de un modo
alarmante a las esferas del poder. «La Solidaridad» así lo hacía notar:
«Nuestra consigna suprema es: «Frente a todo intento fascista; frente a no
importa qué tipo de dictadura; frente a toda revolución política, la revolución
social de los trabajadores ibéricos. Frente a toda transmisión de poderes, la consigna
revolucionaria de los trabajadores: destrucción del Estado, negándoles la
obediencia que lo sostiene. Ocupación de las fábricas, de los talleres, de
todos los lugares de trabajo. Socialización de las tierras, incautación de los
municipios por las fuerzas populares. Proclamación de la comuna libre».
¡Obreros! ; Trabajadores todos de España, militéis donde sea, os adjetivéis
comunistas, socialistas, sindicalistas o anarquistas!... ¡Por la Revolución,
por la Libertad, por la Justicia, por la Anarquía!...» (7).
Mientras, en Barcelona continúa la huelga de tranvías. En Madrid,
el ramo de la construcción acuerda el paro. En Tarragona, Valls, Manresa,
etcétera, las huelgas se intensifican. En Zaragoza, abril comienza con el
preludio de una gran huelga general que habría de durar treinta y seis días.
Hubo despidos, detenciones...; sin embargo, los trabajadores no desanimaron.
Fue en Zaragoza donde se iba a manifestar de un modo grandioso esa solidaridad
que los militantes libertarios pregonaban. Una gran caravana de camiones fue
organizada para recoger a los hijos de los huelguistas y llevarlos a las casas
de las familias obreras que, por toda España —principalmente Cataluña—, se
habían ofrecido para acoger a los niños zaragozanos mientras la huelga durase.
Allí, en el centro vital de la operación, se encontraba una vez más
Buenaventura Durruti, a cuyo esfuerzo se debió en gran parte que un puñado de
hombres, los desheredados, dieran una de las más grandes e impresionantes
demostraciones de solidaridad humana.
El «bienio negro», 1934-1936, siguió transcurriendo entre huelgas,
detenciones arbitrarias, tiroteos, asesinatos de obreros... Triste balance
provocado por la ascensión al poder de la CEDA (Confederación Española de
Derechas Autónomas), comandada por aquél al que la gran mayoría del país veía
como el más fidedigno representante del advenimiento del fascismo: Gil-Robles.
No andaban, en absoluto, desencaminados quienes así pensaban. La revolución
asturiana del 34 y su posterior represión es un ejemplo fiel, a la vez que
estremecedor, de lo que los Gobiernos pueden hacer con unos hombres indefensos
y desesperados que se habían lanzado a la lucha, sin importarles lo más mínimo
lo único que todavía les quedaba por perder: la vida. Eran el ministro de la
Guerra, Diego Hidalgo, y el general Franco quienes dirigían, desde Madrid, las
operaciones militares que aplastaron el movimiento insurreccional asturiano.
Por estas fechas, 5 de octubre, Durruti es encarcelado de nuevo. Mientras el
proceso de desintegración del régimen del «bienio negro» se acelera hasta
alcanzar su punto culminante el 9 de diciembre de 1935. Lerroux se ve obligado
a abandonar el cargo y es sustituido por Portela Valladares, nombrado por el
presidente Alcalá Zamora. De esta forma quedaron frustradas las esperanzas de
Gil-Robles, que soñaba con el poder absoluto. Portela disolvió el Parlamento y
se fijaron elecciones para el 16 de febrero. Durante los dos primeros meses de
1936, se suceden los mítines organizados por la CNT v la FAI en contra del fascismo
y abogando por la unidad revolucionaria. Ante la proximidad de las elecciones,
los libertarios más prestigiosos ya no pregonaban el absentismo dando total
libertad a la afiliación, ya que de no ser así, se corría el riesgo de que las
derechas volvieran a ganar en los comicios y eso era un riesgo demasiado
peligroso. Fue por esta decisión y por el apoyo de los Anarquistas lo que
permitió ganar las elecciones.
Triunfante en las elecciones el Frente Popular, las reformas se
van haciendo necesarias. Así lo hace ver Durruti el 4 de marzo, en el
transcurso de un mitin celebrado en el Price de Barcelona. Aludiendo a la
restauración de la Generalidad y de Companys, Durruti decía: «No venimos aquí a
celebrar festejos por la llegada de unos señores. Venimos a decir a los hombres
de izquierda que fuimos nosotros los que determinarnos su triunfo, y que somos
nosotros los que mantenemos los conflictos que deben ser solucionados
inmediatamente. Nuestra generosidad determinará la reconquista del 14 de abril» (8).
En mayo, del 1 al 12, se celebraba en Zaragoza el IV Congreso de
la CNT, que se auguraba como de gran importancia. El primer hecho que
sorprendió fue el elevado número de asistentes: 649 delegados en representación
de 982 sindicatos y 550.595 afiliados. (Por aquellas fechas, el contingente de
trabajadores encuadrados en la CNT se aproximaba al millón y medio.) En este
Congreso se convocó a los sindicatos disidentes los treintistas que se
mostraron dispuestos a su reintegración en el seno de Confederación. El triunfo
de la FAI era inapelable. Durante las sesiones del Congreso, se pasó revista a
los problemas más acuciantes de la clase trabajadora y se teorizó sobre su
solución inmediata: paro forzoso, disminución de horas en la jornada laboral
sin que el sueldo disminuyera, reforma agraria, oposición al lock-out patronal,
retiro, etc. También se trató la situación político-militar del país, se
clarificaron los conceptos sobre el comunismo libertario y se planteó la
cuestión de la alianza revolucionaria.
El día de la clausura se celebró en la plaza de toros de Zaragoza
un espectacular mitin, al que acudieron varios miles de trabajadores
procedentes de toda España. La ciudad estaba prácticamente «tomada» por los
anarco-sindicalistas. El éxito del Congreso al que Durruti asistió como
representante del Sindicato Único Fabril y Textil de Barcelona quizá
fuera una de las causas primordiales que aceleró, si no contribuyó de manera
decisiva, los sucesos venideros. El 18 de julio de 1936 se iniciaba la
sublevación militar. Muchos de los más prestigiosos hombres de izquierda fueron
casi sorprendidos. Las dudas y la falta de decisión de las primeras horas
constituyeron una de las razones fundamentales de la derrota republicana. No
era éste el caso de CNT-FAI. Los militantes barceloneses ya trataban, días
antes, de conseguir armas con el fin de impedir que los militares de Barcelona
se alzaran. La negativa de Companys a armar al pueblo exasperó los ánimos de
los anarquistas. Ellos fueron los primeros en lanzarse a la calle con el
propósito de frenar la intentona militar. A las pocas horas de producirse el
intento militar, se luchaba tenazmente en los centros neurálgicos de la ciudad.
Al frente de las fuerzas populares se encontraban Durruti, Ascaso, Jover,
García Oliver, Aurelio Fernández y otros significados anarcosindicalistas de la
región. De momento, parecía que la sublevación había sido controlada. El mismo
general Goded, jefe de los sublevados en aquella zona, era detenido. Durruti
parecía mostrarse satisfecho de los resultados conseguidos. Sin embargo, el
lunes día 20, el anarquista leonés sufría un duro golpe: frente al cuartel de
Atarazanas lugar donde los anarquistas encontraron la más dura
resistencia moría de un balazo en plena frente Francisco Ascaso. El suceso
encorajinó de tal modo a Durruti que él mismo se dirigió al lugar donde se
libraba la batalla y se lanzó contra las puertas del cuartel. Sus compañeros,
animados por el ejemplo, no tardaron en imitarle y poco después la bandera
blanca ondeaba en el reducto de los militares. Los anarquistas habían acabado
con el movimiento faccioso de Barcelona en cuestión de treinta y dos horas.
El 21 de julio se constituía un Comité Central de Milicias
Antifascistas, que quedó estructurado del siguiente modo: tres representantes
de la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio López; tres de la
Esquerra, Juan Pons, Jaime Miravitlles y Artemio Ayguadé; uno de Acción
Catalana, Tomás Fábregas; uno de la Unión de Rabassaires, José Torrents Rosell;
uno del POUM, José Rovira; uno del PSOE, José Miret; dos de la FAI, Aurelio
Fernández y Diego Abad de Santillán; y tres de la CNT, Juan García Oliver, José
Arens y Buenaventura Durruti. Una vez formado el Comité, publicó un bando cuya
finalidad abarcaba un doble objetivo: reclutar hombres y crear las suficientes
medidas de seguridad en la retaguardia. El texto del bando pecaba en cierto
modo de dirigismo, por lo que no satisfizo en absoluto a Durruti. En algún
momento se llegó a temer un enfrentamiento entre él y el Comité. Pero no llegó
a producirse, ya que Durruti consiguió formar su columna de milicianos muy
pronto con el fin de dirigirse a Zaragoza, cuya conquista era vital para el
posterior desarrollo de la contienda, y así poder llevar a cabo su propia lucha
revolucionaria, fuera de los cauces de la política al uso. El 24 de julio, la
legendaria «Columna Durruti» salía de Barcelona con destino a Aragón. El
comandante Pérez-Farrás formaba parte de la columna como delegado y técnico
militar. Durruti y Pérez-Farrás no llegaron casi nunca a estar de acuerdo en
las decisiones que había que tomar, concebían un ejército donde la
autoridad y la disciplina férrea estuvieran ausentes. Parece ser que Farrás se
volvió más tarde a Barcelona, sustituyéndole como técnico militar el
sargento Manzana, quien se iba a convertir en un eficacísimo colaborador de
Durruti. Manzana era un hombre allegado a la ideología cenetista, y, por tanto,
totalmente antimilitarista. Momentos antes de partir hacia el frente, el
periodista canadiense Von Passen mantuvo una entrevista con Durruti, que fue
publicada en el «Toronto Star» y que por su interés creo oportuno transcribir:
DURRUTI. El pueblo español quiere la Revolución y está en trances
de hacerla, a lo cual se oponen los fascistas. Este es el planteamiento general.
En tales condiciones, no hay más que dos caminos: la victoria de los
trabajadores, es decir, la libertad, o el triunfo de los facciosos, que
significa la tiranía. Ambos contendientes saben muy bien lo que les espera si
son vencidos. Por esta razón yo creo que la lucha será dura. Para nosotros se
trata de destruir la reacción fascista de tal forma que no levante ya nunca más
la cabeza en España. De hecho estamos dispuestos a acabar con el fascismo de
una vez por todas, incluso a pesar del gobierno republicano.
VON PASSEN. ¿Por qué a pesar del gobierno republicano? ¿Es que
acaso el gobierno republicano no lucha también contra la rebelión fascista?
Durruti. No hay gobierno en el mundo que luche contra el fascismo
para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de las
manos, recurre al fascismo para mantener sus privilegios. Es lo que ha ocurrido
en España. Si el gobierno republicano hubiera deseado de verdad poner fuera de
combate a los fascistas, hace ya tiempo que lo habría podido hacer. En lugar de
combatirlos a fondo, no ha hecho más que buscar compromisos y acuerdos. Incluso
en este momento, hay miembros del gobierno que hablan de adoptar medidas más
bien moderadas contra los fascistas.
Von Passen. P.Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que
la misión del Frente Popular era la de salvar la República y restaurar el orden
burgués, mientras que tú, Durruti, me dices que el pueblo quiere llevar la
Revolución mucho más lejos. ¿Cómo interpretar esta contradicción?
Durruti. El antagonismo es evidente. Esos señores, como demócratas
burgueses que son, no pueden tener otras ideas que las que profesan.
Pero el pueblo, la clase obrera, no se engaña. Los trabajadores saben
lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo, sino con el pueblo,
es decir, por la Revolución. Somos conscientes de que en esta lucha
estamos solos y que no podemos contar más que con nosotros mismos. Desde un
principio sabemos ya cuál será la actitud de Rusia. Para la
Unión Soviética, después de haber hecho su revolución pequeño burguesa, lo
que cuenta es su tranquilidad. Por esta tranquilidad, Stalin ha
sacrificado a luti trabajadores alemanes, cosa que ya hizo
anteriormente con los chinos. Por eso nosotros queremos hacer nuestra
propia razón por lo que creemos que hoy mejor que para mañana:
si es posible antes de que estalle la próxima guerra europea.
De este modo nuestra actitud servirá de ejemplo a los obreros italianos y
alemanes, los cuales podrán apreciar cómo se lucha contra el
fascismo. Es por esta razón por la que creemos que nadie nos ayudará.
Hitler y Mussolini, lo mismo que los demócratas ingleses y franceses,
temen el contagio revolucionario, que es lo que, en otro sentido, le
ocurre también a Stalin.
Von Passen. ¿Entonces tú, Durruti, no crees que Francia e
Inglaterra puedan ayudaros, una vez que se concrete el apoyo de Hitler y
Mussolini a vuestros enemigos?
Durruti. No hay gobierno alguno que desee ayudar a una
revolución proletaria. Sin embargo, es posible que las rivalidades
que existen entre los distintos imperialismos puedan influir
en nuestra lucha. Franco, por ejemplo, es indudable que hará lo
que pueda para poner a Alemania contra nosotros. Pero esto, al fin de cuentas,
no es lo más importante, como ya he dicho antes, no esperamos
ayuda de nadie, ni siquiera de nuestro gobierno» (9).
La toma de Caspe fue el primer enfrentamiento serio que la
«Columna Durruti» hubo de librar. Una vez conquistada la plaza, los
milicianos abrieron su radio de acción y todos los pueblos inmediatos
fueron conquistados: Peñalba, Osera, Monegrillo, Fortlete, Bujaraloz,
Candasnos, Valfarta, Pina del Ebro, ...
Durruti estableció el puesto de mando cerca de
Bujaraloz. Allí recibía a periodistas y amigos, Faure y Simone Weill
entre estos últimos, y preparaba los planes de la guerra y de la
revolución. Durruti, al igual que el ucraniano Mack no, pensaba que la
guerra y la revolución social eran dos cosas poco menos que inseparables.
Las colectividades agrícolas comenzaban a funcionar apenas la columna realizaba una
conquista. La colectivización aragonesa llegó a abarcar más del 70 por 100
de la población de aquella región. El número de colectividades era de
450 y la adhesión a este tipo de explotación comunal de la tierra era
totalmente voluntaria.
Fue así como, unidos los intereses de los campesinos,
se formaba en una asamblea, y por decisión de la mayoría
el Consejo de Aragón, que vio la luz en Bujaraloz y era el encargado
de coordinar el proceso colectivizador. El Consejo, promovido por Durruti, se
llegó a formar a pesar de la oposición de algunos compañeros del leonés,
como Antonio Ortiz y Gregorio Jover, y de la tenaz resistencia
opuesta por los comunistas. Durante el desarrollo de la lucha en Aragón,
los grandes propietarios huían despavoridos ante el demoledor avance
de la «Columna Durruti», que aplastaba todo foco de resistencia que
encontrara a su paso. Respecto a las ruinas que ocasionaban
los ataques de los milicianos anarquistas, decía Durruti
al corresponsal del «Montreal Star»: «Hemos vivido siempre en
míseros barrios, y si destruimos, también somos capaces de construir. Fuimos
nosotros quienes construimos en España, en América y en todas partes,
palacios y ciudades. Nosotros los trabajadores podemos construir ciudades
mejores todavía; no nos asustan las ruinas. Vamos a
convertirnos en los herederos de la tierra. La burguesía puede hacer
saltar por los aires y arruinar su mundo antes de abandonar
el escenario .de la Historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo
en nuestros corazones» (10).
Por otra parte, la escasez de armas era la principal obsesión
de Durruti. Esta escasez, según testimonio a Gerorge Orwell, era
terrible. El mismo Orwell se extrañaba de que no se produjeran
deserciones en masa: «No había nada que les stljetara en el frente,
salvo la lealtad de clase (11).
Para tratar de solucionar este problema, Durruti se
trasladó a Madrid, con el fin de entrevistarse con Largo
Caballero, que ocupaba la Presidencia y el ministerio de la
Guerra. Largo tampoco proporcionó armas a Durruti. Pidió a
éste que regresara al frente de Aragón y prometió enviarle dinero para la
adquisición de armamento. Durruti regresó a Aragón, pero el dinero no
llegó nunca. El boicot incomprensible desde cualquier punto de vista
propugnado por los estamentos gubernamentales contra Durruti y los anarquistas,
era manifiesto. Pierre Besnard, secretario general de la AIT
(Asociación Internacional de Trabajadores), realizó una visita a
la España republicana en 1936. Su objetivo era internacionalizar el
conflicto, de modo que Inglaterra y Francia intervinieran en favor de los
republicanos. No se vio favorecido por el éxito. En su informe sobre su
visita decía: «...La revolución española está retrocediendo, pero no tiene la
culpa el pueblo, que lucha con entusiasmo incomparable, sino sus dirigentes,
que van a remolque de los acontecimientos, demostrando que han perdido la
iniciativa revolucionaria y que están dispuestos a aceptar las situaciones más
humillantes, como la que tuve que soportar yo mismo frente a Largo
Caballero Si el anarquismo comete la estupidez de colaborar con
Largo Caballero, aunque sólo sea apoyándole, la Revolución estará
irremediablemente perdida. El único medio que existe para salir de
este círculo infernal es la prueba de la fuerza. Pero yo me pregunto si
los dirigentes de la CNT son los mismos hombres que se lanzaron a la
calle el 19 de julio...
Diríase que solamente hay uno que escape a esta regla:
Durruti, un revolucionario nato y original, que en muchos aspectos
recuerda a Néstor Mackno. Al igual que el guerrillero ucraniano, Durruti
tampoco se separa del pueblo, contrariamente a lo que hacen otros dirigentes.
Por lo demás, Durruti es superior a Mackno en algunos puntos, sobre
todo en lo que se refiere al dominio que el español ejerce sobre sí mismo»
(12).
El hecho claro es que Durruti se encontraba
prácticamente solo. Incluso muchos de sus camaradas más
antiguos, como García Oliver, se habían dejado arrastrar hacia la
politización. Otros, como Abad de Santillán, se movían en una especie de
ambivalencia, que resultaba totalmente desconcertante. En octubre del 36,
Madrid se encontraba en peligro. Largo Caballero se dirigió a todas
las organizaciones para tratar de aunar esfuerzos. Se
formó, como primera medida, un nuevo Gobierno y cuatro representantes
de la CNT entraron a formar parte de él: Juan López, Juan Peiró,
Federica Montseny y Juan García Oliver. Inmediatamente después de
formado el Gobierno, sus componentes se trasladaron a Valencia, y en
Madrid quedaba constituida una Junta de Defensa presidida por el general
Miaja. Se pidió la colaboración de los anarquistas para la defensa de
Madrid. Horacio M. Prieto, secretario general de la CNT, se dirigió
rápidamente a Aragón. El motivo del viaje no era otro sino entrevistarse
con Durruti. Su colaboración en la defensa de Madrid era considerada
vital. « ¡No hay nada que hablar! ¡Yo no pienso moverme de
Aragón!», fue la respuesta de Durruti. Prieto arguyó razones de tipo
disciplinario y de responsabilidad. Durruti le contestó: « ¡Yo no conozco otra
disciplina que la Revolución. En cuanto a los demás, aprendeos esto
de una vez: ¡Yo me cago en vuestras responsabilidades de burócratas!» (13).
Poco después, eran Abad de Santillán y Federica
Montseny quienes trataban de convencer a Durruti. Por fin, ante
la cantidad de presiones, Durruti, con un contingente de
1.800 milicianos, parte hacia Madrid. El sargento Manzana
le acompañaba como técnico militar, y como secretario iba Mora.
Al mando de las agrupaciones que formaban la columna, iban Bonilla,
José Mira y Liberto Roig. Miguel Yoldi, Ricardo Rionda y
el propio Durruti formaban el Comité de Guerra. El 15 de noviembre,
los hombres de Durruti ya se encontraban en la Ciudad Universitaria de Madrid
haciendo frente a las tropas fascistas. El lugar de destino de los
anarquistas, el más comprometido y peligroso, hizo que las
bajas alcanzaran en muy poco tiempo un elevado número. El día
18, la «Columna Durruti» solamente contaba con 700 hombres de los
1.800 que se habían desplazado a la capital. El día 19, los milicianos
de Durruti se prepararon para asaltar el Hospital Clínico, defendido por
tropas moras y Guardia Civil. Las indicaciones dé: Durruti no fueron
seguidas con exactitud y, como consecuencia, sólo se pudieron tomar parte
de las plantas del Clínico, quedando en la parte superior tropas nacionales.
Poco después, le llegan noticias a Durruti de que sus hombres querían
abandonar el Clínico. Durruti, acompañado por Julio Grave (chofer) y
por Bonilla y Miguel Yoldi (parece ser que también iba Manzana), se dirigió
hacia el Hospital. Durante el trayecto, poco antes de llegar al
punto de destino, Durruti y sus acompañantes se encontraron con
un pequeño grupo de milicianos, que daban la sensación de ser descontentos
que abandonaban su puesto de combate. Durruti habló con ellos y
les convenció para que volvieran a sus puestos. Una vez diluido el
confusionismo creado por esta situación, Durruti se acercó al coche.
En este momento sonó un fogonazo, y el anarquista leonés
se desplomaba al suelo con una bala incrustada en su pecho. En el
Ritz, convertido en hospital, los doctores Bastos, Monje, Fraile y
Santamaría firmaban en la madrugada del día 20 de noviembre
de 1936 el diagnóstico final de Buenaventura Durruti: «Muerte
causada por una hemorragia pleural», El proyectil se encontraba alojado en
la región del corazón (14).
La desmoralización hizo presa entre los
combatientes anarquistas. La muerte de su compañero, acaecida en
circunstancias extrañas, les afectó en gran manera. La mayoría de los
milicianos libertarios abandonaron Madrid y regresaron a Aragón. Martínez
Bande, historiador y militar, comenta acerca de Durruti:...«Buenaventura
Durruti había aparecido desde los momentos iniciales de la
guerra como el «líder» anarquista más interesante, el más arrojado
en un mundo de arrojados, y el que seguramente también comprendió
primero qué es lo que había pasado en España tras el 18 de julio.
Esto es, el que mejor supo adaptarse a las circunstancias de la guerra. El
potenció a sus hombres, a quienes muchos calibraron, seguramente, casi como
pequeños dioses, a la sombra de un dios máximo. Por esto cuando
éste cae en combate, el Olimpo anarquista de la Ciudad Universitaria se
desploma» (15).
Exactamente treinta y nueve años antes que su gran enemigo,
el general Franco, moría en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 la
última gran esperanza del anarquismo: Buenaventura Durruti. En la tarde
del domingo 22 de noviembre, una gran masa de trabajadores (alrededor
de medio millón) daba su último adiós a Durruti en Barcelona. El
cortejo fúnebre, que atravesó varias calles de la ciudad (entre ellas, la
Vía Layetana: Avenida de Buenaventura Durruti hasta el final de
la guerra) con destino al Cementerio Nuevo, fue un impresionante
espectáculo, en el que millares de hombres acudieron a rendir el postrer
homenaje a su compañero. Quizá haya sido ésta al igual que ocurrió en
Rusia en el entierro de Kropotkin la última gran manifestación
libertaria de un país donde el anarquismo tuvo una acogida y difusión
como en ningún otro del mundo.
* Sobre la muerte de Durruti, Antonio Bonilla, hoy día
residente en Zaragoza, mantiene una tesis nunca argumentada hasta ahora.
En el número 80 del semanario «Posible», el antiguo compañero de Durruti
confiesa a Pedro Costa Muste: «No cabe duda de que la bala que mató a
Durruti salió del naranjero que portaba Manzana. Pudo ser casual o
intencionadamente. Hoy, a la vista de lo que ocurrió después, opto
por creer que fue intencionado el disparo». Lo que ocurrió después,
según Bonilla, es que Manzana desapareció sin dejar rastro. Manzana
se ha mantenido ilocalizable, desde entonces, en algún lugar de México,
ignorándose si aún vive.
Como con Zamora, el Che o Zapata, su muerte tiene estigmas de traición y el principal
sospechoso, el PCE estalinista, desatará pocos meses mas tarde una brutal
persecución contra anarquistas y demás radicales que no solo liquidó la
Revolución amenazante, sino que fue el comienzo del fin de la propia República
que decían salvaguardar.
40 años de existencia intensa tuvo este hombre que lucho por sus
ideales sin treguas ni fanatismos; que nunca dejó de vivir de su trabajo; que
actuaba tanto como leía y pensaba; que amó, soñó y tuvo amigos entrañables. En
fin, Buenaventura Durruti fue lo que fue, y también lo que de mejor queda en
nosotros cuando compartimos su trayectoria luminosa.
Extraído de www.camiloberneri.org
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE
CNT-AIT PUERTO REAL NOVIEMBRE 2020
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