VICENTE CUERVO CALVO,
anarcosindicalista, ASESINADO en Madrid por criminales de la ultraderecha en
1980
Vicente Cuervo Calvo era una persona
inquieta y comprometida ideológicamente, como tantos otros jóvenes de esa
generación. Trabajaba en la fábrica de Telefunken donde militaba en el
sindicato CNT. También participaba en la contracultura del momento, cooperando
en Lacochu (Laboratorio Colectivo de Chueca) y en revistas como Ajoblanco y
Hermano Lobo.
La mañana del 10 de febrero de 1980,
los fascistas de fuerza nueva dirigidos por Blas Piñar, habían convocado un
mitin en las inmediaciones del cine París en Vallecas. Días antes, la joven
Yolanda González había sido brutalmente asesinada por miembros de la extrema
derecha con la connivencia de algunos policías. Nadie estaba dispuesto a ceder
a la provocación del fascismo que campaba por las calles de Madrid con la
consentimiento de la policía.
Vallecas, como ahora, se caracterizaba
por su antifascismo, por su histórica lucha contra el franquismo, un barrio obrero
y solidario, con una tela de araña de asociaciones juveniles, organizaciones
vecinales, sindicales, políticas. En Vallecas, vecinos y organizaciones de
izquierdas se habían movilizado con una manifestación de protesta, hartos de
asesinatos, palizas y atentados de los herederos de Franco.
Los vecinos llegaron cerca del Cine
París, y también los fascistas, algunos en taxis y coches particulares y
protegidos por la policía. De hecho, para salir de la plaza tuvieron que venir
de nuevo a buscarlos taxis. El pueblo los abucheó; ellos, seguros de su
protección armada, cantaban sus himnos, insultando, provocando, agrediendo a
todo el que encontraban a su paso. La logística corría a cargo de la policía,
que cargó con saña contra los vecinos, la situación era tensa, había mucha
gente, y mucha rabia. «Vallecas zona roja, los fachas no pasarán». «FN
asesinos». Pintadas como éstas se podían ver aquel día en el barrio de
Vallecas.
Vicente Cuervo Calvo acudió a la
protesta con su pareja y algunos amigos. Un fascista bien vestido, de unos 50
años, pelo corto, cercenó la vida de Vicente, le disparó varios tiros apuntando
a corta distancia, con la frialdad con la que las bandas fascistas ejecutaban
sus crímenes en aquellos años de sangrienta transición. Un crimen más que se
podía haber evitado suspendiendo el acto de provocación. Vicente fue trasladado
al hospital, donde comprobaron que le habían barrido por dentro.
Algunos vecinos fueron testigos de los
hechos. Detuvieron a los fascistas Félix del Yelmo e Ignacio Ortega, que tenían
una pistola que había sido disparada. Quedaron en libertad, no se procesó a
nadie, no se identificBó a ningún sospechoso. La protección al crimen
organizado del fascismo funcionaba así de bien. El caso de Vicente pasó a la
historia como un ejemplo más de la impunidad de la violencia política de la
ultraderecha durante los años de la transición. El caso fue sobreseído a los 3
meses, sin haber identificado a nadie.
Era la época del tercer gobierno de
Adolfo Suárez, con Antonio Ibáñez Freire como ministro del Interior y Juan José
Rosón como gobernador civil de Madrid. La familia de Vicente fue presionada
para no continuar con el proceso judicial, con amenazas telefónicas anónimas, y
llamadas del mismo Rosón. Vicente es otro de los grandes olvidados de la
transición. Su memoria no ha sido preservada por ningún homenaje de carácter
oficial. Décadas después de su muerte su familia exige verdad, justicia y
reparación. Porque las víctimas de la violencia política y de la impunidad
mueren 2 veces: asesinadas y olvidadas.
La represión tenía, y tiene, la
función clara de mostrar las consecuencias de reivindicar más allá de los
límites aceptados por el sistema. Y lo que andaba en juego en aquellos años no
eran solo reivindicaciones sociales, sino particularmente el modelo de
organización política del futuro estado español, y los mecanismos de libertad o
represión que regirían las relaciones y conflictos entre grupos y clases
sociales.
La “transición y la democracia”
siguieron su camino, pero no Vicente, que buscando la libertad de manifestarse
dio su última carrera huyendo de la violencia fascista y policial. Un sistema
que hablaba de libertades pero apenas juzgó esos crímenes, y los pocos
condenados nunca cumplieron sus penas de prisión. Aquella democracia se asentó
sobre cientos de crímenes fascistas. Vicente Cuervo, no te olvidamos, compañero
del alma, compañero.
Tulio Riomesta
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