Opiniones de Kropotkin sobre la
Revolución rusa
El silencio casi absoluto que guardó
mi padre durante estos tres últimos años ha sido una constante fuente de
sorpresa, no sólo para sus compañeros anarquistas fuera de Rusia, sino también
para todos aquellos a quienes su nombre era conocido.
La explicación de este silencio no es
muy difícil de encontrar. Consiste en tres hechos. Primero, que la evolución de
una revolución está algo más allá de toda dirección humana; idea que desarrolla
en la nota que adjunto. Segundo, que aprobar las formas de vida que eran
implantadas en Rusia, aun tomando en cuenta las innumerables circunstancias
atenuantes, iba siendo cada día más difícil. Y tercero, que las críticas sólo
habrían servido de algo a los enemigos de esta inevitable, aunque dolorosa,
forma de progreso que una revolución supone.
En fecha próxima espero poder publicar
el conjunto de materiales referentes a los sucesos de estos tres últimos años
que ha dejado mi padre. En su mayoría son cartas dirigidas a los prohombres
bolcheviques, algunas de ellas a Lenin: protestas contra diversos actos del
Gobierno, advertencias de que ciertos excesos sólo servirían para facilitar el
triunfo de aquellos elementos que más seguramente abrirían el camino a una
pronta reacción. Otras cartas son a amigos en Rusia y unas cuantas a amigos de
Occidente. También hay borradores de algunos discursos pronunciados en Dmítrov
con motivo de las reuniones de las cooperativas locales, y numerosas notas -a
veces casi folletos- sobre sucesos del día, muchas de ellas escritas cuando
esperaba la visita de algún amigo de Europa o América.
Nada de ello ha sido publicado. No
sólo por las razones ya indicadas, sino también porque en Rusia no hay otra
prensa que la oficial del Gobierno. Hasta marzo de 1921 había una editorial
anarquista dirigida por el grupo anarquista-sindicalista Golos Truda (Voz del
Trabajo), que había publicado todas las obras de mi padre; pero poco después de
su muerte el Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú aprobó una moción declarando
"que se daría todo el apoyo posible a la editorial Golos Truda para la
publicación de las obras del camarada Kropotkin", con tan brillante
resultado que, quince días más tarde, el local y la imprenta de Golos Truda
fueron clausurados por orden del gobierno y casi todo su material salvajemente
destruido. Y cerrados siguen. Y hoy no se pueden conseguir en Rusia los libros
de mi padre. Por otra parte, mi padre no había querido publicar nada de
actualidad en Golos Truda temiendo que el censurar al Gobierno acarrease, no su
propia detención, cosa que a pesar de su edad y de sus achaques no le
preocupaba, sino el encarcelamiento de los compañeros que trabajaban en la
editorial.
No sin bastante desconfianza me
aventuro a dar a la publicidad el siguiente fragmento. Temo que a muchos pueda
parecer pesimista. Las revoluciones no son el resultado de un deseo de
destrucción, ni siquiera de rápido cambio por parte de los llamados
revolucionarios, sino la consecuencia inevitable de la apatía de los creyentes
en la evolución. Quienes no comprendan esto seguramente encontrarán sólo en la
nota de mi padre una prueba más de lo espantoso de las revoluciones. Pero
quizás no valga la pena preocuparse más de estos pesimistas profesionales.
La conversación a que la nota se
refiere tuvo lugar en Dmítrov el 23 de noviembre de 1920, a media tarde. Cuando
mi padre nos llamó poco después a mi madre y a mí, todavía se encontraba muy
excitado y la voz le temblaba al comenzar la lectura. La letra del manuscrito
original, aquella hermosa letra regular y siempre firme, aparece casi ilegible
en la primera cuartilla. La nota entera fue escrita en un momento de pasión y
de impaciencia. Realmente, una de las mayores tragedias a que he asistido
durante estos tres años, años llenos de sufrimiento más mental aún que físico,
fue la lucha por la serenidad y la paciencia que vi desarrollarse en el
espíritu de mi padre mientras miraba dar la vuelta a la rueda de ese terrible
carro de Yáganat que es el progreso humano. Su amor profundo y activo por la
humanidad le hacía presenciar con un tormento indecible dolores que no estaba
en su mano mitigar. También la fatalidad de una evolución que, siguiendo desde
su origen líneas falsas, sólo podía conducir al fracaso y a la reacción, era
para su espíritu clarividente una trágica perspectiva.
De todos modos, y a pesar de su
inarticulación, este fragmento puede interesar no sólo a los ya interesados en
los ideales anarquistas, sino también a aquellos en cuyo espíritu la revolución
rusa ha suscitado inacabables problemas y preguntas.
La traducción es absolutamente fiel,
casi literal, y he dejado algunas frases tal como están, apenas concluidas. No
creo necesario insistir en que se trata de una nota de memorándum, no escrita
para la publicación; pero como contesta ciertas preguntas y explica el silencio
de mi padre, a falta de algo más conexo, no estará de más que se conozca.
Sasha Kropotkin
(Conversación borrascosa con Sofía y
Sasha)
¡Siempre los mismos eternos reproches!
¡Que por qué no salgo con un programa definido! ¿De qué? ¡De acción! ¿Para qué?
O siquiera un juicio, una opinión general sobre los acontecimientos actuales.
Pues bien, ahí va mi opinión:
La revolución que estamos pasando es
la suma total no de los esfuerzos de individuos separados, sino un fenómeno
natural, independiente de la voluntad humana, un fenómeno natural semejante al
tifón que súbitamente se levanta en las costas del Asia Oriental.
Millares de causas, entre las cuales
la obra de individuos aislados y hasta de partidos enteros sólo han sido un
grano de arena, uno de los minúsculos torbellinos locales, han contribuido a
formar ese gran fenómeno natural, la gran catástrofe que renovará, o destruirá;
o quizás ambas cosas a la vez.
Todos nosotros, y yo también, hemos
preparado ese gran cambio inevitable. Pero igualmente lo prepararon las
anteriores revoluciones de 1789, 1848, 1871; los escritos de los jacobinos,
socialistas y radicales; las realizaciones de la ciencia, de la industria, del
arte, etc. En una palabra, millones de causas naturales han contribuido, como
millones de movimientos de partículas de aire o de agua causan la tempestad
súbita que sumerge centenares de barcos y destruye miles de casas; como
millones de sacudidas mínimas y movimientos preparatorios de partículas
separadas producen el terremoto.
En general, la gente no ve los sucesos
concretamente, piensan más en palabras que en imágenes definidas, y no tienen
la menor idea de lo que es una revolución, de esas infinitas causas y concausas
que le han dado forma, y así se inclinan a exagerar la importancia en el
desarrollo de la revolución de su personalidad y de la actitud que ellos, o sus
amigos y correligionarios, adoptarán en el tremendo cataclismo. Y desde luego
son absolutamente incapaces de comprender lo impotente que es todo individuo,
por grande que sea su inteligencia o su experiencia, en esta tromba de
infinitas fuerzas que ha puesto en movimiento el terremoto.
No comprenden que una vez que el gran
fenómeno natural se ha desencadenado, los individuos quedan incapacitados para
ejercer la menor influencia sobre el curso de los acontecimientos. Un partido
aún puede quizás hacer algo, mucho menos de lo que generalmente se cree, pero
ni siquiera sobre la superficie de las olas que se avecinan puede su influencia
notarse levemente. Pero congregaciones reducidas que no forman una gran masa,
son completamente impotentes; toda su fuerza se reduce a cero.
Imaginad una ola alta como una casa,
que va a romper sobre la playa, e imaginad a un hombre intentando hacerle
frente con su bastón o con su bote. Pues vuestra fuerza no es mayor. Aguantar
el cición mientras se pueda, es lo único posible.
Esta es la posición en que yo, un
anarquista, me encuentro. Pero también otros partidos mucho más numerosos se
encuentran hoy en Rusia en situación análoga.
Y aún diré más: el mismo partido que
gobierna se encuentra en igual posición. Actualmente ya no gobierna, se deja
arrastrar por la corriente que ayudó a crear, pero que es ahora mil veces más
fuerte que el partido mismo.
Había un dique, que contenía una gran
masa de agua. Todos trabajamos en minar ese dique. Y yo hice mi parte.
Unos soñaban guiar las aguas al
estrecho canal donde aguardaban sus propios molinos. Otros esperaron abrir un
nuevo cauce con ayuda de la corriente. Ahora ya se precipitan las aguas, no
hacia los molinos, que han arrastrado, ni tampoco hacia el cauce que les
habíamos señalado, porque la riada no se ha producido como resultado de
nuestros esfuerzos, sino como resultado de una masa de razones mucho mayores
que permitieron a las aguas romper el dique.
Y ahora la cuestión es: ¿Qué se debe
hacer? ¿Reparar el dique? Absurdo. Es demasiado tarde.
¿Abrir un nuevo cauce a la corriente?
Imposible. Ya le preparamos un canal, el que creímos mejor, y resultó
superficial e insuficiente. Cuando vinieron las aguas no corrieron por él. Se
precipitaron por otro camino, rompiéndolo todo al paso.
¿Qué debe, pues, hacerse?
Nos encontramos en medio de una
revolución que no ha avanzado por los caminos que le habíamos abierto, y que no
tuvimos tiempo de abrir suficientemente. ¿Qué puede hacerse ahora?
¿Oponerse a la revolución? ¡Absurdo!
Es demasiado tarde. La revolución
seguirá su camino, en dirección de la menor resistencia, sin prestar la más
mínima atención a nuestros esfuerzos.
En el momento actual la revolución
rusa se encuentra en la siguiente posición: está cometiendo horrores; está
arruinando al país entero; en su furiosa demencia está aniquilando valiosas
vidas, destruyendo sin mirar lo que destruye, sin saber adónde va. Claro que
por eso, se dirá, es una revolución y no un progreso pacifico.
Y mientras esta fuerza no se gaste por
sí misma como tiene que gastarse, nada podremos hacer para encauzarla.
Pero, ¿y entonces? Entonces,
inevitablemente, vendrá una reacción. Tal es la ley de la historia. Y es fácil
comprender porque no puede ser de otra manera.
La gente se figura que podemos
modificar la forma de desarrollo de una revolución. Ilusión pueril. Una
revolución es una fuerza cuyo crecimiento no puede ser modificado.
Y una reacción es absolutamente
inevitable; lo mismo que una depresión sigue a la ola en el agua; lo mismo que
la debilidad sucede en el ser humano a todo periodo de actividad febril.
Por consiguiente, lo único que podemos
hacer es aplicar nuestra energía a disminuir el furor y la fuerza de la
reacción venidera.
Pero, ¿en qué pueden consistir
nuestros esfuerzos?
¿En modificar las pasiones, tanto en
un bando como en otro? ¿Y quién nos escuchará? Aunque existiesen diplomáticos
capaces de desempeñar el papel, el momento de su debut aún no ha llegado;
ninguno de los dos bandos está todavía dispuesto a hacerles caso.
No veo más que una cosa: ir reuniendo
gentes de uno y otro partido que sean capaces de emprender una obra
constructiva después de que la revolución haya gastado su fuerza. Nosotros, los
anarquistas, debemos, por nuestra parte, reunir a un grupo de trabajadores
anarquistas honrados, abnegados y que no estén devorados por el orgullo.
Y si yo fuese más joven y pudiese
hablar con centenares de personas de la manera que es preciso hablar si se
quiere reunir a hombres para trabajar en común...
Piotr Kropotkin
Publicado en el Periódico anarquista
Tierra y Libertad, noviembre de 2017
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